El mes de agosto se construye en la trama de las temporadas regionales, gastronómicas, religiosas y culturales. Agosto es el mes en el que la Iglesia festeja grandes santos: San Alfonso, el Cura de Ars, Santo Domingo, San Lorenzo, Santa Clara, Santa Mónica, San Agustín, Santa Rosa, y muchos otros de gran talla y ejemplar santidad, caminos a seguir, esperanza vivida, fuerza divina. Sin embargo, entre ellos hay algunos de alta significación para la tradición poblana. Me refiero a los patronos de los antiguos conventos que vieron como las monjas consagradas en su patrocinio, en el trajinar del tiempo, fundieron en la fragua colonial las oraciones y penitencias con los diversos elementos artísticos: la música, pintura, arquitectura y sobre todo la cocina, característica esencial de la índole conventual de la comida poblana. El resultado de esta combinación de elementos se percibe todavía en el recorrer de las calles del centro histórico, basta una mirada a los edificios conventuales para arrancar el olor de las cazuelas y ollas donde hirvieron la sazón y el ingenio de las pías monjas: el excelso mole de Santa Rosa, las suaves tortitas de Santa Catalina (mal llamadas de Santa Clara), el generoso rompope, los delicados molletes y otros dulces de Santa Clara, los finos camotes y duraznos de Santa Mónica, y coronando en todo su sabor y expresión barroca los chiles en nogada.
Detrás de todos estos manjares poblanos se entretejen historia y leyenda, vidas y fantasías, sueños e ideales, ninguno de ellos existe sin las manos que recorrieron las cuentas del rosario cotidiano, sin la vida entregada a la oración entre las paredes y los cerrojos de los claustros, sin la mirada de Dios a través de los ojos de quien se ha consagrado a través de los solemnes votos. La consagración de las monjas en unión exclusiva con Dios, de modo ejemplar, en la vida íntegramente contemplativa ha marcado profundamente nuestro devenir histórico, olvidarlo sería un pecado grave.
Gracias a la vocación y misión de las monjas de clausura Puebla ha gozado de la custodia de los ángeles y se ha constituido en aporte cultural para la humanidad. Los catorce conventos de diversas órdenes religiosas situados en la angelópolis son signo del predilecto amor de Dios y ponen de relieve la gracia singular y el don precioso de la llamada a la santidad de la Iglesia. La estima con la que la comunidad poblana debiera rodear a las monjas debe nacer del reconocimiento y descubrimiento de la naturaleza con la que su entrega y consagración ha impulsado el contenido de nuestra tradición que va más allá de cocinas, dulces y banquetes.
Ojalá que algún día no muy lejano, los gobiernos municipal y estatal rindan un sincero homenaje a las ordenes de clausura, orgullo de los poblanos, gloria de la Iglesia y manantial de gracias celestes.
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