Sin temor a equivocarme cualquiera de los partidos que estuviera en el poder habría hecho lo mismo que nuestro presidente para afrontar la crisis alimentaria: Un plan emergente para garantizar el abasto de alimentos (a lo mucho un par de años). Y es que no es posible que a estas alturas del partido seamos tan necios para no aprender las duras lecciones que nos dejaron las medidas populacheras de antaño y que nuevamente se vuelven a aplicar: subsidios, financiamientos y el rígido control de precios.
Recientemente la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) propuso a los países emergentes implementar algunas políticas públicas para contrarrestar la crisis alimentaria, entre ellas, relanzar la agricultura como una de las actividades productivas.
Reactivar el campo y modernizarlo no se limita a ofrecer créditos para adquirir tractores, trilladoras, goteros para riego o fertilizantes, tampoco conseguir gravámenes para los combustibles. Es darle un mejor tratamiento al agua y a la tierra (reforestar para que no muera a causa de la erosión y la basura) para conseguir buenas cosechas con el cultivo de varios productos y no depender de uno solo. Modernizar al campo también significa restaurar las instituciones que ofrecen apoyo técnico y social, más no mantener el esquema de dar dádivas cada mes que en nada resuelve la situación, lo aconsejable es enseñarles a trabajar a los agricultores más pobres para que sean autosuficientes con otro tipo de recursos, no necesariamente los monetarios con los cuales están mal acostumbrados.
Si no se apuesta por esta u otras alternativas, en el corto plazo nos convertiremos en un país importador de alimentos, incapaz de crecer en ingresos per cápita y en niveles de vida. Incluso con el riesgo de perder la soberanía alimentaria y la capacidad de alimentar a la población de acuerdo con los estándares nutrimentales. El peligro es real y la escasez ya la padecen más de 50 millones de mexicanos.
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