Día de muertos, día de los recuerdos vivos, se van aquellos a quienes amamos y que nos amaron; nunca se van en cambio las memorias de nuestro corazón. En él viven quienes por ser recordados no morirán jamás.
Luto y alegría, tragedia y diversión, sentimientos de temor ante la muerte reflejados en la burla, el juego, en la convivencia con ella. Día de muertos, día de reflexión y meditación, encuentro con la certeza de que algún día también nosotros tenemos que morir, reflejo seguro e inevitable que aceptamos y muchas veces preferimos.
Jugamos a vivir, sabiendo que tendremos que morir. Vivir es ir muriendo cada día, porque cuando nacemos nuestro reloj biológico comienza su marcha hacia el final. Le tenemos miedo a la muerte porque desconocemos qué misterio esconde detrás de su oscuro manto.
Cuando llegue el día del encuentro con la muerte cerrarán nuestro ataúd y el silencio abrazará nuestra alma. Cuando todo haya terminado, la única luz que alumbrará nuestra vida serán las obras que dejamos, el bien que en esta vida realizamos y los frutos que en nuestro entorno logramos plantar.
El 2 de noviembre recordamos que nadie muere del todo, sobre todo cuando dejamos ancladas en la tierra la amistad, el espíritu de servicio, la bondad, sonrisas y amor. Para quienes nos alegramos el día de muertos, la muerte nunca se alzará victoriosa pues le ganamos la partida al dejar lo mejor de nosotros en los seres que servimos, ayudamos y amamos.
Día de muertos, día de reflexión y meditación, para pensar en la muerte y poder disfrutar de la vida. El cristiano no le puede tener miedo a la oscuridad de la muerte, pues ha depositado su fe en Cristo, que es antorcha de amor y de esperanza la cual alumbrará nuestra vida hacia la eternidad. Y mientras llega ese momento continuemos nuestra convivencia con ella, manifestemos nuestra espera a través del arte y el folklore, sin freno de imaginación o respeto por el luto que debiera tenerse; juguemos con los “entierros”, figuritas de cartón vestidas de papel negro con cabeza de garbanzo que sostienen pequeños ataúdes y que nos recuerdan aquel refrán que dice: Sólo el que carga la caja, sabe lo que pesa el muerto. Gocemos con los geniales grabados del maestro José Guadalupe Posada, que reanima a la muerte interpretando los sentimientos populares y convirtiendo en “calavera” lo mismo al presidente que al torero o al catrín.
Día de muertos, día de los recuerdos vivos, se van aquellos a quienes amamos y que nos amaron; nunca se van en cambio las memorias de nuestro corazón. En él viven quienes por ser recordados no morirán jamás.
No dejemos que la tradición muera, sigamos celebrando nuestra conciencia común, continuemos preparando la mesa de la ofrenda donde lo sagrado y lo profano se conjugan y donde se alimenta la fe en la vida después de la muerte y en la comunión con los difuntos: aquellos a quienes un día amamos o que bien esperaron nuestro amor.
Postre
Angelus, el órgano oficial de la Arquidiócesis de Puebla, prescindió del connotado Padre Nacho González Molina. ¿Por qué? “Con motivo del año de Don Juan de Palafox, vamos a reestructurar el contenido del periódico, por lo que dispondremos del espacio en el que hasta la fecha con tanta generosidad usted colaborado”, justifica el sacerdote Sergio Valdivia, director de la publicación católica. Es una desafortunada decisión, sinceramente lo único valía la pena leer.
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