Son ricos y variados los matices que se viven a lo largo de tres días que Cronos concede para dar rienda suelta a la algarabía antes de entregarnos a la “penosa” cuarentena de penitencia, conversión y reflexión. Por una parte es la fiesta de la carne, de la sensualidad y los placeres que muchas veces rebasan los excesos. Por otro lado son danzas, música de violines, comida típica y máscaras. Son estos los diversos rostros con los cuales los mexicanos celebran el Carnaval a lo largo y ancho del territorio nacional, considerados los mejores del mundo ya que ninguna descripción se aproxima a la realidad, porque son experiencias que tienen que vivirse de primera mano para sentir el entusiasmo popular y contagiarse del buen humor.
Origen y significado etimológico
El génesis y noción de la palabra carnaval se pierde en el tiempo ante la falta de claridad y aunque son diversas las acepciones, la más apropiada es aquella que se compone de las palabras carne y levare, es decir, “quitar la carne” o “abandonar la carne”. Existen dos tradiciones que nos remontan al umbral de esta apoteosis con los cuales buena parte de los historiadores están de acuerdo.
Por una parte los romanos organizaban un festival en honor a Saturno, el dios de la agricultura, y durante siete días ponían al mundo de cabeza. En ese tiempo todo estaba permitido y era una época de grandes orgías y borracheras en las que se trasgredían las normas y se invertían los papeles: los esclavos son los amos, los hombres se visten de mujer y el pobre toma el poder. También se elegía un rey del carnaval, que emulaba a Saturno, se le agasajaba y vivía como un monarca, pero al final del jolgorio era sacrificado.
Por otro lado en los tiempos antiguos, debido a la falta de métodos de refrigeración adecuados, los cristianos tenían la necesidad de acabar, antes de que empezara la Cuaresma, con todos los productos que no se podían consumir durante ese período (no sólo carne, también la leche, el huevo, entre otros alimentos)
Con este pretexto, en muchas comunidades se organizaba el día anterior al miércoles de ceniza, fiestas populares llamadas carnavales en los que se consumían todos los productos que se podrían echar a perder durante la cuaresma. Posteriormente se deformó el sentido del festejo, convirtiéndose en un pretexto para organizar grandes convites y cometer todos los actos de los cuales se “arrepentirían” durante la cuaresma, enmarcados por una serie de festejos y desfiles en los que se exaltan los placeres de la carne de forma exagerada, al igual que en las carnestolendas más pomposas del mundo en nuestros días.
Fandango a la mexicana
Para la investigadora de la Dirección de Estudios en Antropología Social del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) Amparo Sevilla, indica que el carnaval es actualmente una de las fiestas de mayor importancia para diversas etnias de México. “La festividad tiene su origen en las tradiciones que llegaron a México en el siglo XVI y retoma elementos prehispánicos de los aztecas, como las danzas rituales a la Diosa de la Fertilidad, realizadas en fechas cercanas al Equinoccio de Primavera”.
En las ciudades costeras de México el carnaval imita los elementos de antaño tales como los desfiles de comparsas y disfraces, los carros alegóricos, los combates de flores, la elección de una reina, de un rey feo, además cada región donde se celebra le agrega su propio toque. Jolgorios de este tipo los encontramos en los puertos de Veracruz, Mazatlán, Acapulco y Manzanillo; además en ciudades como Mérida, Campeche y Villahermosa.
Los pueblos indígenas del país también celebran carnavales, muy diferentes a los lugares mencionados ya que en esta festividad se encuentra, como un acontecimiento sustancial, la práctica de danza y bailes exclusivos para estos días; expresiones coreográficas acordes con el carácter jocoso y burlesco del ambiente carnavalesco. En ellos participan las personas de “gusto”, es decir, realizan un esfuerzo tanto físico como económico para disfrutar de esta fiesta de manera colectiva durante uno o varios días.
En otras regiones de la república el carnaval se conmemora con una batalla: Zaachila (Oaxaca), Huixquilucan (México), Huejotzingo (Puebla) y Tzucacab (Yucatán) son las poblaciones más representativas. En Zaachila los protagonistas son los diablos quienes dan de latigazos a los curas hasta hacerlos prisioneros y llevarlos ante el diablo mayor para ser juzgados en medio del aplauso y la jocosidad de los espectadores. En Huixquilucan se revive la batalla entre dos barrios, el de San Juan y San Martín por culpa de la Virgen de la Candelaria, a quien se dice, discretamente visita San Martín. Y en Huejotzingo cientos de participantes se concentran formando grupos o batallones de zapadores, apaches y escaramuzas para perseguir al bandolero Agustín Lorenzo y su gente, quienes han raptado a una dama (cfr. semanario Koinonía 404).
Es importante señalar que ambas maneras de celebrar el carnaval en México, en la costa y en las regiones rurales e indígenas, son más que una fiesta, se viven de extremo a extremo, con intensidad. Por una parte es algarabía y riqueza histórica-cultural; por otro lado es desorden, exceso y caos unidos en un común denominador: la plétora de alcohol y la invasión de turistas que no son escrupulosos cuando visitan los lugares referidos. Considero que cuando el arte y la cultura se mantienen en el nivel de civilidad, estas fiestas que preparan a una Cuaresma de penitencia y abstinencia como camino a la glorificación del Señor en la Pascua, valen la pena integrarse a ellas, todo lo opuesto, sencillamente ahuyenta al que tenga un mínimo de cordura.
Vivamos pues con júbilo y sensatez estos días de carnaval.
Alfredo, es un honor ver un extracto de un texto mío como entrada para este interesante blog. Un saludo cordial desde Cancún, Q.R.
ResponderEliminarFernando García Castro. fernando_garcia_castro@yahoo.co.uk