La agenda histórica de nuestro presente nos conduce por las sorpresivas llanuras de la celebración, del asombroso recuerdo y del anual despertar de la conciencia sobre aspectos tan cotidianos del ambiente rural o urbano, pero siempre presentes e inadvertidos.
Festejos, flores, palabras, regalos, a veces paliativos para resanar y aplacar un poquito el remordimiento resultante de trescientos sesenta y cuatro días de indiferencia programada, por las ocupaciones, o por el olvido del catecismo donde aprendimos que dentro de los mandamientos de la ley de Dios existe un cuarto que parece el último en el decálogo de nuestras prioridades y criterios. Pero también está la sinceridad filial de quien reconoce en la maternal presencia el motivo de orgullo, del éxito y de la conquista de tantas cimas, a veces insuperables, sólo con la fuerza fiera de la madre que nos prestó su seno para venir a disfrutar de este peregrinar llamado vida.
Bendiciones y cariño, envueltos con el corazón de quien nunca dejará, a pesar de todas las indiferencias, que sea mentado y profanado el nombre de su madre. Nuestra vida mejor a ellas, a su memoria o en el afán de aminorar las aflicciones y penas que tapizan el sendero de su vida, para ellas las mejores rosas de nuestros jardines sin descuidar las espinas.
Pero entre celebraciones por la victoria, desfiles y uniformes, tradición y espíritu poblano renovado en el fuerte del cinco de mayo, reaparece otra figura anual que al término de la primera quincena del mes de mayo, se ensalza despojándose de plantones y marchas, huelgas y ausencias de labores, maltratos y regaños. Porque las hazañas de antiguos mentores, modelos de vida desgastada en el servicio magisterial, héroes silenciosos que cruzaron las sierras de la pobreza para iluminar y dejar encendida la llama del honor y dignidad en el espíritu de niños y niñas que, en el aquí y ahora, supieron afrontar los contratiempos con las armas- idearios que sus maestros sembraron y cultivaron en su pueril ánimo; ahora ellos, hombres y mujeres, los que vertieron su orgullo en los libros y absorbieron la ciencia y astucia para hacer girar el mundo, para transformar la geografía de nuestra madre patria, ellos son el óptimo monumento a la veraz lucha sindical, a las preocupaciones que el escalafón magisterial arrastra, son el testamento vivo transmitido a los pedagogos que a pesar de las paupérrimas aulas, unen a sus anhelos de la labor mejor remunerada, el esfuerzo en la continuidad del abc de la existencia y de las sumas y restas que rigen las leyes de la vida.
Ostenta el título de maestro quien no sólo transmite un conocimiento sino una mejor manera de vivir, quien orienta y guía por los caminos seguros del actuar humano, quien es ejemplo a seguir en la responsabilidad de desarrollar la propia vida, quien enseña los valores porque los ha vivido y sabe predicar con el ejemplo. Maestro es quien da la vida por sus ovejas y no las abandona ante la feroz presencia del lobo, porque no es un asalariado sino una persona comprometida con la verdad y la justicia. Nuestro reconocimiento, gratitud y solidaridad a todos ellos.
Postre
Ni la marcha masiva contra la violencia del 30 de agosto de 2008, ni la marcha por la paz y la justicia del 9 de mayo de 2011 han podido sacar del marasmo a las corporaciones encargadas de proteger y aplicar las leyes. Si realmente se quiere cimbrar a las instituciones nacionales, habrá que usar otros métodos de presión como la desobediencia civil.
No solo estamos hasta la madre de tanta violencia e ineficacia, también estamos hasta la madre de tanto protestar y criticar sin ningún resultado. Es hora de actuar, pongamos en jaque a nuestras autoridades para que actúen, no esperemos a las elecciones presidenciales, tiene que ser ahora o nunca.
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