…un jinete con un pie en el estribo, capaz de cabalgar donde se le mande, fundador de una historia que se puede llamar divina, pero que es también una historia humana, larga marcha de una libertad a través del sí y del no…
Dispuestos a luchar contra el error bajo el estandarte de Cristo un grupo de jóvenes, a cuyo frente alineaba un hombre con el espíritu de caballero y valiente tenacidad, llamados la Compañía de Jesús, incursionan en la magnanimidad de la construcción del Reino.
Lanzado a recorrer las llanuras del mundo, conquistando almas e infundiendo ánimo para que Dios fuera más conocido, más amado y mejor obedecido, San Ignacio de Loyola ha sido el testimonio del carácter quijotesco que no ha dejado de interpelar a católicos y no católicos.
Algo muy suyo tuvo San Ignacio, y lo dejó en herencia a la Compañía de Jesús, que sigue influyendo en el mundo contemporáneo: Hombre de temple y nobleza, dispuesto a servir a los intereses y al honor de tan noble Señor, dejó las armas de caballero para avanzar con su predicación y dirección espiritual, reconquistando las almas, porque predicaba sólo a Cristo, a Cristo crucificado.
“Todo para mayor gloria de Dios” a ello dirigía todas sus acciones, palabras y pensamientos, hasta alcanzar el estado de gracia y unión con su Divina Majestad, hasta ver cumplida la tarea específica para la cual estamos sobre la tierra y en ello encontrar la propia felicidad.
En San Ignacio acertamos con el hombre sereno y desapegado, que no se deja llevar por el placer o la repugnancia sino por aquello que, pese a todo, conduzca a la gloria de Dios y perfección del alma; en él descubrimos al hombre que por el camino de la propia abnegación y del dominio de los malos hábitos alcanza las altas cumbres de la contemplación y del amor divino así como la alegría, la paz y el optimismo espiritual.
San Ignacio de Loyola supo en todo amar y servir porque en su vida brilló la certeza y la verdad de la Santa Iglesia, en sus votos manifestó al Papa que lo empleara en el servicio de Dios cómo y dónde mejor lo juzgara. Sensible al hombre y a sus necesidades encontró que el mundo no es malo sino que es obra de Dios y captó con toda claridad que Dios está en el corazón del hombre y en todas las cosas, por ello se sintió llamado a colaborar en el mundo a través del apostolado y cayó en la cuenta de que para ayudar mejor era necesario prepararse y estudiar.
Caballero de oración y familiar con Dios lo convierten en el constante peregrino, en el instrumento apto para muchos trabajos, con posibilidad de desplazamiento, diversidad de oficios y profesiones en donde se puede tener un efecto multiplicador en bien de la misión: Centros de Derechos Humanos, Misiones Indígenas, Parroquias, Editoriales, Colegios, Universidades, Centros de atención a migrantes, pastoral con enfermos de VIH, presos, enfermos, sindicatos, voluntariado, articulación de comunidades juveniles, pastoral de la salud, organizaciones civiles, mujeres, ecología, desarrollo rural, cooperativas, recuperación de la cultura indígena, etc.
San Ignacio, un jinete con un pie en el estribo, capaz de cabalgar donde se le mande, fundador de una historia que se puede llamar divina, pero que es también una historia humana, larga marcha de una libertad a través del sí y del no. Ojalá muchos sigamos su ejemplo y construyamos a ejemplo de él nuestra vida que no es otra sino la vida del Espíritu en nosotros.
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