viernes, 2 de septiembre de 2011

La urgente necesidad de paz

No podemos limitarnos a orar diariamente por la paz para que las cosas se resuelvan por sí mismas, trabajemos por la paz. Y es que no hay paz sin justicia y sin libertad, sin un compromiso valiente para promover una y otra.

La gran causa de la paz entre los pueblos tiene necesidad de todas las energías de paz latentes en el corazón del hombre. Al observar tanto a las personas como a los grupos que no acaban de arreglar sus conflictos surge una pregunta ¿Será la paz un ideal fuera de nuestro alcance? El espectáculo cotidiano de las guerras, de las tensiones, de las divisiones, siembra la duda y el desaliento. Focos de discordia y de odio parecen atizados por algunos que no pagan las consecuencias. Y con demasiada frecuencia los gestos de paz son irrisoriamente incapaces de cambiar el curso de las cosas, cuando no son arrastrados y al final utilizados por la lógica dominante de la explotación y de la violencia.

En casi todos los discursos públicos se habla de paz, de diálogo, de pactos, de entendimiento, de soluciones razonables de los conflictos de acuerdo con la justicia. Pero para poner de manifiesto el desafío que se impone a toda la humanidad, frente a la dura tarea de la paz, hace falta algo más que palabras sinceras o demagógicas. Sobre todo es necesario que penetre el verdadero espíritu de la paz a nivel de hombres políticos, de medios de comunicación, de todos aquellos de quienes dependen los pasos decisivos hacia la paz. Las causas de la humanidad deben ser tratadas con humanidad, y no por la violencia. Las tensiones, las contenciones y los conflictos deben ser arreglados por negociaciones razonables y no por la fuerza; las oposiciones ideológicas deben confrontarse en un clima de diálogo y de libre discusión.

Los intereses legítimos de grupos determinados deben tener también en cuenta los intereses legítimos de los otros grupos afectados y las exigencias del bien común superior, el recurso a la violencia no debería ser considerado como el instrumento adecuado para solucionar los conflictos. Los derechos humanos imprescriptibles deben ser salvaguardados en toda circunstancia, no está permitido matar para imponer una solución. Estos principios humanitarios los puede encontrar todo hombre de buena voluntad en su propia conciencia. Para que se conviertan en convicciones e impregnen toda la actividad humana, hay que devolverles toda su fuerza.

La paz es obra nuestra, exige nuestra acción decidida y solidaria, pero es inseparablemente y por encima de todo un don de Dios, por ello exige nuestra oración. No podemos limitarnos a orar diariamente por la paz para que las cosas se resuelvan por sí mismas, trabajemos por la paz. Y es que no hay paz sin justicia y sin libertad, sin un compromiso valiente para promover una y otra. La fortaleza que hay que poner en práctica debe ser paciente, sin resignación ni renuncia, firme sin provocación, prudente para preparar activamente los progresos deseables sin disipar las energías en llamaradas de indignación violenta prontamente extinguidas.

En las negociaciones con los adversarios, el honor y la eficiencia no se miden por el grado de inflexibilidad en la defensa de los intereses, sino por la capacidad de respeto, de verdad, de benevolencia y de fraternidad, en una palabra, por la humanidad. Sufrimos la trágica falta de paz, sentimos la urgencia de ponerle remedio con mayor resolución aún, por el honor de Dios y por el honor del hombre.

Postre

De ninguna manera se va a negociar con el crimen organizado y el narcotráfico para que nuestro país viva tranquilo y en paz. Para vencerlos es fundamental acabar con la impunidad y la corrupción que prevalece en las instituciones encargadas de aplicar la ley y la justicia, de lo contrario los resultados serán cada vez más catastróficos.

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