Muchas veces la tristeza nos invade cuando constatamos que el ambiente en que vivimos sigue lleno de egoísmo y vanidad. La búsqueda de los propios intereses y los fines para conseguirlos quebranta las instituciones, destruye la ética, adultera la justicia, impide la felicidad de las personas y debilita la honradez y la caridad. Todo esto hace que el corazón del hombre viva sin esperanza, sin ilusión, sin energías para transformar este mundo.
En este tiempo de Adviento, se nos invita a abrir las puertas de nuestra vida a aquel que viene a hacer nuevas todas las cosas, sin embargo, ¿puede haber esperanza ante un panorama desalentador y contradictorio? Cristo, Dios y hombre verdadero, es el único que puede reconstruir lo malo que hayamos hecho en el pasado, llenarnos de su amor y misericordia desinteresados y ayudarnos a seguir viviendo mientras caminamos a su encuentro en la casa del Padre, nuestra casa. ¡Cristo viene! Y pide al hombre mantener siempre una actitud de conquista, de vivir en permanente estado de alerta espiritual, de esperanza.
Se requiere hacerse violencia, ser violentos, como aquellos de quienes Cristo dice que ganan el Reino. Ser violentos, en un sentido obviamente espiritual, para negarse a sí mismo, superar el respeto humano, la comodidad, la falsa prudencia, un modo de vida pacífico y sin compromiso. Esta violencia evangélica es necesaria para poner un dique a la avalancha de antivalores que nos presenta la sociedad laicista y secularizada, para dar testimonio valiente de Cristo en la universidad, en el trabajo, en la empresa, en la vida familiar, en las relaciones de amistad o noviazgo.
Es verdad que las pequeñas caídas de cada día o ante el aparente escaso progreso en la vivencia de la virtud, el hombre puede experimentar la tristeza o sobrevenirle un sentimiento de depresión y pesar al ver que la realidad no corresponde a sus anhelos de felicidad y de vivir en paz. Pero, ¿No podría ser este hecho una ocasión muy propicia del demonio para tentar y hacer creer que nada se puede hacer en un mundo donde ganan los más fuertes, los que más gritan o alborotan con “sombrerazos”?
Quien espera en Dios, quien espera a Dios, por nada debe permitir que su espíritu se haga presa el desaliento, que es el enemigo traidor que conduce a la deserción, a la cobardía, a la dejadez, a la inacción. Puede venir el fracaso, la tentación puede acosar, la aridez puede envolver el espíritu, las faltas pueden entristecer, las dudas pueden asaltar, las circunstancias impacientar; pero si se acepta con sinceridad la gracia y se apoya humilde y confiadamente en Dios, nada de esto podrá arrebatarnos del amor a Cristo ni separarnos de la lucha, del esfuerzo, de la constancia en el trabajo para que todos las cosas cambien y caminen según la voluntad de Dios.
Postre
El tema de esta semana ha sido la lectura en México y lo que los políticos, secretarios de estado, magistrados y legisladores acostumbran leer… si es que leen. No vamos a hacer más leña del árbol caído, de eso ya se encargaron las redes sociales y los periodistas no domesticados, lo grave del asunto es que las campañas que promueven la lectura no han producido los resultados deseados, tristemente a la gente no le gusta, no le interesa leer. No hay la costumbre, por una parte, porque es mucho más fácil, rápido, gratificante y económico ver televisión, rentar películas o ir al cine. Y si le sumamos lo que Juan Domingo Argüelles, experto en el tema de la lectura en México, indica que “leemos, como casi todos en México, por obligación, no deja ninguna huella en nadie. La escuela no hace lectores, no los forma. Ese es el gran problema”.
Por otro lado, cuando sí hay el interés, el hábito, la necesidad de leer, se topa uno con la dificultad de que o no se consiguen los libros, sólo los vende tal librería en la Ciudad de México, en Monterrey, en Guadalajara o en Puebla, porque al parecer allá sí leen o están muy caros. Los libros se han convertido en artículos de lujo, a pesar de que no se paga ningún impuesto al comprarlos.
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