¡Año nuevo, vida nueva! Mentiras festivas, mentiras rutinarias, mentiras colectivas a fecha fija. ¿Quién se lo cree? ¿No habría que decir, más bien, “año nuevo, vida vieja”? Vida un año más vieja, vida un año más corta, vida un año más sangrada. Vida menos vida, vida más muerte. Y vida nada nueva, nada diferente, nada renovadora. Seguiremos con nuestras rutinas y manías, con los mismos problemas y las mismas soluciones sin solución, repitiendo siempre los mismos errores, tropezando miles de veces con la misma piedra, tan desgastada ya la pobre por nuestros continuos roces. Hasta las luces y las estrellas de la calle y de los escaparates son siempre lo mismo. ¿Cómo vamos a creer de verdad en estas fantasías humanas que nos inventamos para engañarnos mutuamente? ¿Vida nueva? ¡Sí está usted más vieja, señora! ¡Sí, tiene usted más barriga, señor!
El año nuevo es una fiesta del hombre y, por tanto, una fiesta nuestra. Es una fiesta agridulce, donde expresamos, sin saberlo, nuestro afán de futuro, nuestro deseo de eternidad, nuestra esperanza secreta, inconfesada y escondida pero a la vez radical y profunda de resurrección. Quizá no lo creemos, pero lo soñamos; no lo sabemos, pero lo sentimos; no nos atrevemos pero lo necesitamos.
¡Vida nueva! ¡Nueva, siempre nueva! ¡Vida siempre vida y siempre viva! Esta fiesta, este juego, este sueño a la vez humilde y ambicioso que elevamos a Dios sin saberlo, es un grito que el Padre escucha: si tiene usted más barriga, pero más corazón; si tiene usted más arrugas, pero más amor; si tiene usted más años, pero menos egoísmo. ¡Feliz año nuevo!
Si ha luchado por los suyos y piensa seguir haciéndolo, si los levantó cuando cayeron en el camino, si los escuchó cuando necesitaban explayarse con alguien, si visitó al solitario, si colaboró para remediar injusticias, si ensayó tenazmente miles de veces ser bueno y portarse como un hombre, aunque en este momento compruebe que todavía es una calamidad, si gastó trescientos sesenta y cinco días en ayudar a su prójimo en lo que podía sin olvidar que también Dios Padre, su pareja, padres, hijos, hermanos y amigos son su prójimo, ¡Feliz año nuevo!
Si mira el año próximo como algo inédito, lleno de posibilidades que nunca se han dado, como un paisaje que nunca se ha cruzado, como una tierra virgen aún no conquistada, en la que cada día caerá un nuevo rayo de sol que todavía no ha salido nunca de aquel astro, sino que saldrá especialmente para usted y para ese momento; si sabe andar con capacidad de sorpresa, si comprende de verdad que su vida no siempre es la misma, que el corazón no envejece si nosotros no lo momificamos, que cada segundo del futuro es un mensaje de Alguien que está más allá del tiempo desde donde nos llama y hacia donde nos llama aunque ya lo tenemos aquí cerca del corazón; si siente que el amor y la alegría aún están vivos allá en algún rincón de su conciencia y que le gustaría caminar por la vida haciendo felices a la gente y así a usted mismo; si cree que Dios es bueno y que nos ama, o al menos le gustaría creerlo; si cree que el hombre es bueno, en el fondo, o al menos le gustaría creerlo. ¡Feliz año nuevo!
En realidad y a pesar de las apariencias, ¡Señor, usted está más joven! ¡Señora, usted está más joven! Dios es nuestro tiempo. Dios es nuestro futuro. Dios no juega con nosotros cuando nos dice con su mayor seriedad y al mismo tiempo, con enorme alegría: ¡Feliz año nuevo! ¡Feliz año que no sólo no te aleja de la vida, sino que te acerca incansablemente a ella!
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