Hemos concluido un año, una sucesión de acontecimientos
trascendentales para la historia del mundo, nuestro país y la
comunidad donde vivimos. Y al inicio del nuevo año, aflora nuevamente la llamada a tomar
renovada conciencia de ser los depositarios de una rica tradición humana y
religiosa. Los últimos tiempos y acontecimientos han dejado una huella
decisiva en la identidad y el destino de nuestro país, la historia ha sido
tejida por errores y aciertos, hemos sido testigos de violencia y horrores
generados por ella, pero también hemos presenciado progresos esperanzadores
para el futuro. Por eso el año nuevo debe llevarnos a consolidar la fe; esta
fe, vivida cotidianamente, será la que anime e inspire las pautas necesarias
para superar las deficiencias en el progreso social; para sobreponerse a la
corrupción que empaña a instituciones y ciudadanos por igual; para desterrar el
narcotráfico, basado en la carencia de valores, en el ansia de dinero fácil y
en la inexperiencia juvenil; para poner fin a la violencia que enfrenta de manera
sangrienta a hermanos y clases sociales. Sólo la confianza en Cristo da origen a una
cultura opuesta al egoísmo y a la muerte.
A
todos nos compete transmitir a las nuevas generaciones, renovadas convicciones
de fe, prácticas cristianas y sanas costumbres morales. La sociedad en la que
vivimos es al mismo tiempo grande y frágil, excelsa pero a veces desorientada,
es una sociedad avanzada en unos aspectos pero retrógrada en tantos otros. Y
sin embargo, este México, nuestro México, tiene necesidad de Cristo, Señor de
la historia, que ilumina el misterio del hombre y con su Evangelio lo guía en
la búsqueda de soluciones a los principales problemas de nuestro tiempo. Porque
algunos vuelven sus espaldas a Cristo se genera la “cultura de la muerte”, es
por eso que debemos comprometernos para que la verdad prevalezca sobre tantas
formas de mentira, para que el bien se sobreponga al mal, la justicia a la
injusticia, la honestidad a la corrupción.
Los
discípulos de Cristo estamos llamados a que en el presente año prevalezca la
unidad y no las divisiones; la fraternidad y no los antagonismos; la paz y no
las guerras, y trabajar para que la sociedad no sea espiritualmente indigente
ni herede los errores del año que ha terminado. Es necesario decir sí a Dios y
comprometerse con Él en la construcción de la sociedad orientada al bien, donde
las instituciones políticas o científicas, financieras o culturales y también
las religiosas, se pongan al servicio auténtico del hombre, sin distinción de
razas ni clases sociales.
La
sociedad del mañana ha de saber agradecer a todos los hombres y mujeres de
buena voluntad, por la alegría y esperanza que dimana de la fe vivida en
plenitud, que el corazón humano encuentra la paz y la plena felicidad sólo en
Dios. Como buenos cristianos, también hemos de ser ciudadanos ejemplares,
capaces de trabajar junto con los hombres de buena voluntad para transformar
nuestras comunidades con la fuerza de la verdad de Jesús y de una esperanza que
no decae ante las dificultades, en palabras de San Pablo y transmitidas por San
Juan Pablo II “No te dejes vencer por el mal; antes bien, vence al mal con el
bien” (Rm 12, 21).
Postre
Postre
Enrique Maza, un gran sacerdote jesuita y periodista, partió a la casa del padre el pasado 23 de diciembre de este año. Es el prototipo de lo que deben ser los sacerdotes, preocupados por las
causas sociales, con amplio criterio y un gran sentido de lo que se
espera de la caridad cristiana. Un intelectual a la altura de Carlos Monsiváis, Julio Scherer, Vicente Leñero, García Márquez y Elena Poniatowska. Desde Excélsior como en Proceso, abrió espacios públicos
para mirar lo religioso y la iglesia desde una perspectiva social nueva y
crítica. Descanse en paz.
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