Inolvidables, competitivos, sofisticados, conmovedores,
innovadores, sorprendentes, impactantes… Así suelen calificarse a los juegos
olímpicos que cada cuatro años reúne a todos los países del orbe para
participar en la mayor justa atlética, competencia que en sus orígenes pugnó
por los más sublimes ideales: “Lo importante no es ganar, sino competir”. “Lo
más importante en la vida no es el triunfo sino la lucha”. “Lo esencial no es
haber vencido, sino haber luchado bien”. Y es que en pleno siglo XXI es posible
que estos propósitos ya no sean vigentes por ser de lo más anticuado, ahora es
otra mentalidad la que predomina. Bien lo dijo el gurú del optimismo y la
excelencia, Miguel Ángel Cornejo que, “triunfar no es lo más importante, es lo
único”. Y cómo no va a ser lo único si en este tipo de certámenes un puñado de
naciones (las más desarrolladas) luchan vorazmente por las medallas, por batir
e imponer marcas, por el reconocimiento y los honores para sus atletas, por las
millonarias ganancias que dejan este tipo de competencias y benefician a muy
pocos; además de ganar la ansiada presea, los atractivos incentivos económicos que
conlleva traer una medalla a casa. Antaño el asunto era más personal, cuando
uno y otro bloque político-económico llevaban la rivalidad al terreno de juego
en territorio neutral, incluso boicotearse cuando la ocasión lo ameritaba.
Actualmente el panorama ha cambiado poco. Ciertamente
vivimos en un mundo con mayores libertades y al mismo tiempo, responsabilidades.
Las batallas que actualmente se libran no son entre hegemonías, ahora es contra
el narcotráfico, el crimen organizado y el terrorismo en escala internacional.
Hay un cúmulo de información asequible pero los problemas de siempre se
agudizan como el cambio climático y su loable lucha por revertir el deterioro
ecológico. En este contexto Río de Janeiro, en medio de sus dificultades, hizo
lo mejor que pudo para sacar adelante la justa olímpica y se presentó ante el
mundo como una ciudad amable, alegre, hospitalaria, moderna y progresista, sin
ocultar ni negar sus inconvenientes. Los próximos juegos olímpicos del año 2020
serán en Tokio, Japón, ciudad que ya fue sede y tendrá la oportunidad de superar
lo conseguido en su momento.
¿Qué decir de la participación de nuestros atletas en estos
juegos olímpicos? Aunque se ganaron de última hora 5 medallas, muy valiosas y
honrosas, no nos puede hacer olvidar que el representativo nacional estaba al
borde de un escandaloso fracaso, regresar a casa sin ninguna medalla, eso es
inaudito. Y es que la misma historia se repite cada cuatro años, para que el
deporte mexicano sobresalga se le debe dar todo el apoyo… Los deportistas harán
su mejor esfuerzo pero si los dirigentes siguen con sus mezquindades y falsas
promesas, jamás se superará lo que se consiguió en 1968. Que no nos sorprenda
que en los juegos paraolímpicos, nuevamente los atletas mexicanos pongan el
ejemplo.
¿Con qué me quedo de estos juegos olímpicos? Con la tenacidad
de los futbolistas al conseguir el galardón que faltaba en sus vitrinas y dar una
de las mayores alegrías al pueblo carioca, con la “selfie” de las coreanas que simbólicamente
unieron a las Coreas, con las agallas de las musulmanas que compitieron con un “hiyab”
(velo que usan las mujeres para cubrir la cabeza); con la
oportunidad de haber visto a dos leyendas del deporte Michael Phelps y Usain
Bolt, con la creatividad de las ceremonias tanto de apertura y como la de clausura
que no requirieron de millonarios presupuestos para asombrar a las multitudes, con
las excelentes producciones de canal 11 y canal 22 que transmitieron los juegos
olímpicos pero con otro enfoque, con la presencia del Cristo de Corcovado cuya
imagen por sí sola evoca regocijo y misericordia para creyentes y no creyentes.
¿Usted, con qué se queda?
No hay comentarios:
Publicar un comentario