Mensaje del Papa Benedicto XVI para la Jornada Mundial de la Paz 2008
El escandaloso deterioro del medio ambiente obliga al hombre a pensar en el aspecto ecológico y a considerarlo como un grave problema que exige atención prioritaria y urgente.
El progresivo y acelerado deterioro de nuestro planeta está alcanzando efectos inimaginables de difícil solución; el exceso de anhídrido carbónico y otros gases está dando lugar al “efecto invernadero”; la destrucción de la capa de ozono, protectora ante los rayos ultravioleta, crea problemas serios para la salud del ser humano y la vida en general.
La crisis del medio ambiente se manifiesta de manera particular en América Latina, que cuenta con los mejores recursos forestales del planeta. Más del 50% de su superficie está cubierta de bosques; por ejemplo, Brasil posee el 26% del total de bosques a nivel mundial; sin embargo, se está dando una tala indiscriminada, los bosques destruidos hasta ahora son el 50% del total.
El agua contaminada es otro problema ecológico; la mayoría de los desechos humano-industriales van a las aguas. La desertización avanza por el mal uso y la mala administración de la tierra; un 35% de tierra de América Latina está amenazada con convertirse en desierto. La contaminación del aire se va extendiendo a muchas zonas urbanas.
Este tipo de ejemplos junto con sus datos precisos, se pueden multiplicar sin mayor esfuerzo, aminorando la gravedad de nuestro tema; por tanto, se exige una opción más decidida, de parte de todos, para luchar por proteger nuestro hábitat. Antes, en y después de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el medio ambiente y el desarrollo, celebrada en Río de Janeiro, Brasil (Conferencia de Río, 1992) se quiso concientizar al mundo de la gravedad de la crisis ecológica.
La Iglesia, sin pretender tomar la ecología como tema de moda, manifestó la gravedad del problema en varios de sus documentos:
Pablo VI en 1971, ya alertaba al mundo de la explotación desconsiderada de la naturaleza y decía que comenzaba a correr el riesgo de destruirla y de ser también víctima de esa desgracia (nuevas enfermedades, poder destructor, males irreversibles, etc.). Elevaba su voz para decir que era un problema social de gran envergadura, que afecta a toda la familia humana.
Juan Pablo II afronta “la cuestión ecológica” al denunciar con claridad y valentía la incapacidad del ser humano para comprender y asumir la responsabilidad de su destino único y común; incapacidad fundada en la falta de solidaridad, en el consumismo y en la explotación del hombre y de la naturaleza.
Benedicto XVI, en diversos momentos de su pontificado, se expresó sobre el problema de la ecología, una de sus mejores manifestaciones lo hizo en su mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 2008: “La Iglesia tiene una responsabilidad respecto a la creación y la debe hacer valer en público. Y, al hacerlo, no sólo debe defender la tierra, el agua y el aire como dones de la creación que pertenecen a todos. Debe proteger sobre todo al hombre contra la destrucción de sí mismo”.
Con su Laudato si, el papa Francisco enriquece el magisterio social de sus predecesores con un asunto hasta ahora solo tratado de forma marginal: la ecología o, como él dice en el título de su escrito, “el cuidado de la casa común”. Lo ha hecho porque está convencido de que “el ritmo de consumo, de desperdicio y de alteración del medio ambiente ha superado las posibilidades del planeta de tal manera que el estilo de vida actual, por ser insostenible, solo puede terminar en catástrofe, como de hecho ya está ocurriendo periódicamente en diversos países”.
Estas y otras muchas súplicas en favor de la protección del medio ambiente salen a la luz desde diferentes esferas sociales para concientizar al hombre sobre esta cuestión.
Ante las terribles evidencias de destrucción de nuestro planeta, es necesario reordenar y armonizar las relaciones entre el hombre y la naturaleza. Lograr esta nueva relación, deseo generalizado, no es fácil, ya que existen diversas posturas (Partido ecologistas, Greenpeace, movimiento animal, etc.) atrás de las cuales subyacen aspectos teóricos, también distintos. Cada posición concibe de modo distinto la relación hombre-naturaleza; lo que a su vez implica, diferente forma de contacto con el medio ambiente, distintas técnicas para ayudar a conservar los ecosistemas, mayor o menor cantidad de recursos asignados, etc.
Al buscar un acercamiento a estos aspectos teóricos sobre los derechos de la naturaleza, podemos distinguir tres corrientes fundamentales.
La primera, sostiene que, a través de la naturaleza, hay que proteger al hombre. El medio ambiente, en esta postura, no está dotado de un valor intrínseco; de tal manera que cuando se le destruye, no importa tanto, sino porque se está poniendo en juego la propia existencia del hombre.
La segunda, tomando en serio el principio utilitarista, dice que no sólo hay que buscar el interés propio de los hombres, sino de manera más general, tender a disminuir la suma de los sufrimientos y aumentar hasta donde sea posible el bienestar.
La tercera, busca la reivindicación de un derecho de los árboles y de las piedras (Aldo Leopold, Hans Jonas). Haciendo una severa crítica al humanismo moderno, más en concreto a la civilización occidental, pide una cruzada en contra de este tipo de antropocentrismo en nombre de los derechos de la naturaleza. El hombre ya no es considerado como el centro del mundo, sino el cosmos a quien hay que proteger del mismo hombre (deep ecology o ecocéntrica).
Ante estas tres posiciones fácilmente podemos advertir, que, en la primera, el hombre se convierte en el único sujeto dotado de poder, capaz de usar y hasta destruir a su arbitrio personal y según su interés (económico) todo aquello que le rodea; la solidaridad generacional y el principio de responsabilidad por proteger el mundo están ausentes.
En la segunda posición, el hombre vive con la idea de “si me sirve lo cuido y si no, hasta puede que lo destruya”. Las ansias insaciables de bienestar y comodidad, lo pueden llevar a un materialismo esclavizante que, con tal de satisfacerlo, es capaz de realizar acciones inhumanas destructivas.
La última posición señalada, la revolucionaria, encarna en sí misma un rechazo contundente a la civilización occidental; se opone de modo radical al humanismo jurídico que domina en el universo liberal moderno. Reconoce la supremacía de los valores de la ecósfera por encima de los del humanismo (la revolución en contra de los modos de pensar y los medios usados para destruir la naturaleza, es el camino para reivindicar a la naturaleza en sus derechos y entablar una nueva relación hombre-naturaleza).
Sin ideologizarnos en nuestra postura, respecto al medio ambiente, podemos lanzar una mirada a la tradición de la doctrina social católica, para que nos ilumine y comprendamos mejor, cómo y qué tipo de relación hombre-naturaleza, es la que mejor va de acuerdo al plan de Dios, Creador y Señor de todo.
Los puntos que señalo, tomados de esa tradición, forman las dimensiones integrales de la responsabilidad ecológica, que, a nivel personal y social, debe existir.
Una visión sacramental del universo centrada en Dios, donde el hombre es el responsable del destino de la tierra; el respeto de la vida humana, incluyendo el respeto de todo lo creado; una ética solidaria que implica, responsabilidad con las generaciones, una cooperación y un sistema justo de compartir; una conciencia de interdependencia y de trabajo por el bien común; la búsqueda preferencial por favorecer a los más afectados por la destrucción realizada en la naturaleza; un deseo serio, unido a mecanismos eficaces por recuperar la armonía en nuestra casa.
Ojalá que el día mundial del medio ambiente, sea una ocasión para reflexionar sobre la cuestión ecológica y favorecer posturas que contribuyan a la conservación de este mundo maravilloso en el cual estamos todos.
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