Hace unos días concluí la lectura del libro El país de uno, de la politóloga Denise Dresser. El texto presenta un análisis valiente y demoledor de la situación política y social que prevalece en nuestro país y el resultado es que nadie se salva: Los monopolios (Televisa, Telmex), los líderes sindicales (Elba Esther Gordillo, Carlos Romero), los legisladores (Manlio Fabio Beltrones, Gerardo Fernández Noroña), los partidos políticos, los beneficiarios del país de privilegios, entre otros actores no se salvan, ni siquiera las “naranjas exprimidas” (título con que la autora define a los mexicanos conformistas).
Las reflexiones que plantea Denise ayudan a entender el actual andamiaje político, económico y social de nuestro país. Por ejemplo: Es inconcebible que la autoridad del gobierno se ha ido diluyendo y los poderes fácticos deciden el qué y cómo de nuestro país , enfurece saber que Fox tuvo en sus manos la oportunidad histórica de recomponer nuestro país y acabar con las viejas prácticas pero prefirió no solo emularlas sino superarlas, duele entender que nuestra democracia es disfuncional porque el derecho a sufragar solo se limita a legitimar elecciones, me disgustó entender por qué no conviene o se frena la competencia ya sea en los servicios telefónicos o en la concesión de nuevas cadenas nacionales de televisión, corroboré que la estrategia de Felipe Calderón para hacer frente al crimen organizado y el narcotráfico va de fracaso en fracaso… Y así, entre la estupefacción y la incomodidad, capítulo a capítulo uno va comprendiendo por qué nuestro país está como está y la autora insiste en que los ciudadanos pongamos un “hasta aquí”.
Cuando terminé de leer el libro, lo primero que vino a mi mente fue que nuestro país no tiene remedio, que seguirá siendo saqueado, exprimido, lastimado y nadie hará algo al respecto por miedo, por apatía, pese a que otros han alzado la voz y no han encontrado eco. No es para menos, el desencanto y la frustración ciudadana son tan fuertes que somos incapaces de cambiar este estado de cosas. Pero Denise no se conforma con analizar, juzgar y condenar, propone un decálogo para transformar nuestro conformismo en acción, nuestra indignación en participación, nuestro coraje en valentía. Pone a consideración diez acciones ciudadanas para recuperar nuestro país que no puede darse el lujo de seguir viviendo entre la violencia y la desesperanza, entre el privilegio de unos cuantos y la impunidad, entre la ignorancia y la injusticia, entre la atávica pobreza y la cancerosa corrupción. Sin embargo, mucho de lo que hagamos dependerá cuando la fe, la confianza, la perseverancia de algunos se convierta en la convicción de muchos. No es una tarea fácil y aunque parezca una quimera es posible si somos capaces de hacer nuestra esa convicción.
Denise Dresser es politóloga, escritora, columnista y activista. Ha sido profesora de Ciencia Política en el Instituto Tecnológico Autónomo de México (ITAM). Licenciada en Relaciones internacionales en el Colegio de México y Doctora en Ciencia política por la Universidad de Princenton. Es Consejera de la Comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal y miembro del Consejo Rector Ciudadano del Bosque de Chapultepec. Participa en la Mesa política del noticiario de Carmen Aristegui y en el programa Es la hora de opinar conducido por Leo Zuckermann. En el año 2010 recibió el premio nacional de periodismo en la categoría de Artículo de fondo con Carta abierta a Carlos Slim.
Postre
Es inconcebible que los rarámuris, en su desesperación, se suiciden aventándose desde una barranca. ¡No inventen! Los inquilinos de la Sierra Tarahumara han sobrevivido a condiciones adversas por siglos, pero en esta ocasión la falta de trabajo y la prolongada sequía han deteriorado su vida y sus rancherías. Las redes sociales, atendiendo esa situación, han movilizado y sensibilizado a la gente para reunir víveres que mitiguen las necesidades de los tarahumaras. Los gobiernos han hecho lo propio pero los “programas de asistencia social” (en realidad esquemas paternalistas, corporativos o de caridad que el Estado y las iglesias establecen) no resolverá el problema que padecen los indígenas de la Tarahumara, como no lo ha podido resolver en otras regiones de nuestro país. Se requieren soluciones inteligentes y de largo plazo, de nada sirven los paliativos.