…nuestros difuntos están en buenas manos, mucho mejores que
las nuestras. Pues mientras vivían y estaban con nosotros, más de una vez
fueron víctimas de nuestros defectos, de nuestras limitaciones, de nuestro
egoísmo y de nuestras injusticias. Ahora están en las manos de Dios: manos de
padre y madre que acogen…
Cuando una persona nace, diversas manifestaciones de alegría
se hacen presentes, sobre todo cuando se piensa en el futuro prometedor que
encierra la vida que empieza. A lo largo de la existencia saboreamos momentos
plenos de felicidad, que guardamos y conservamos en la memoria y de vez en vez
afloran para refrescar y rejuvenecer el diario vivir. Sin embargo, en el
peregrinar terreno también se levantan muros llenos de interrogantes.
Los hombres sufrimos, lloramos y padecemos; nuestra
existencia está marcada por estos hitos de incertidumbre y desconcierto. El
hecho de la muerte se hace presente en el hombre como el fin de la vida, como
el misterio que aparece y se lleva, con todo, un fruto hermoso y largamente
madurado. Avanzamos por nuestra existencia y, de repente, nos encontramos
encarados con esta muralla misteriosa que nos impide el paso. Y en su misma
base dejamos
los restos de nuestro cuerpo. Los familiares, los amigos piadosamente los
recogen y los entierran, entonces ¿Todo habrá terminado?
La festividad del 2 de noviembre, nos orienta hacia
pensamientos de eternidad. Esta abre ante nosotros la perspectiva del “cielo
nuevo” y de la “tierra nueva” donde Dios “enjugará toda lágrima de sus ojos, y
no habrá ya muerte ni habrá llanto, ni gritos ni fatigas, porque el mundo viejo
ha pasado” (Ap. 21, 1-4) Esta esperanza es ya una realidad vivida por la
inmensa constelación de Santos que gozan de la presencia de Dios. En esta
certeza se funda la serenidad del cristiano de cara a la muerte. No deriva de
una especie de insensibilidad o de resignación apática ante este hecho como
tal, sino de la convicción de que la muerte no tiene la última palabra en el
destino humano, contrariamente a lo que parece.
La muerte puede y debe ser vencida desde la vida. La
perspectiva última, la esperanza para el cristiano que vive en gracia de Dios
no es la muerte, sino la vida, y la vida eterna. La vida de aquí abajo no es un
camino hacia la muerte, sino hacia la vida, hacia la luz, hacia el Señor. Por
eso, pedimos para nuestros hermanos que nos han precedido en el camino que el
altísimo les dé el descanso eterno y la luz perpetua brille en ellos. Les
recordamos así para que descanso, en la paz. Para que puedan gozar
de los frutos de sus fatigas y renuncias. Para que sus sufrimientos no hayan
sido vanos.
No tengamos miedo, ya que nuestros difuntos están en buenas
manos, mucho mejores que las nuestras. Pues mientras vivían y estaban con nosotros,
más de una vez fueron víctimas de nuestros defectos, de nuestras limitaciones,
de nuestro egoísmo y de nuestras injusticias. Ahora están en las manos de Dios:
manos de padre y madre que acogen, que comprenden, que aman y por ello siempre
están dispuestas a perdonar. Manos de padre y madre llenas de amor. Las manos
de Dios se alargan también hacia nosotros a la hora de la muerte y nos llevan
al otro lado de la frontera, allí donde ningún tormento nos tocará, a la
felicidad inmensa, al lugar del reposo, de la luz y de la paz, a la
inmortalidad.
Postre
El viernes de la semana pasada Joaquín López Dóriga, anunció
en su noticiero la entrada de un “objeto extraño” al Popocatépetl. Lo que me
parece extraño, además de la “insólita” nota y el inexistente contraste con
otras fuentes que dan seguimiento a la actividad del volcán, la calidad del
video y el burdo montaje del “ovni”. ¡No me lo creo! ¿Qué quieren ocultar en
esta cortina de humo?