Las Fiestas Patrias son la celebración de la independencia de México, de su nacimiento como Estado soberano en el concierto internacional de los pueblos. Es el cumpleaños de México. Aunque realmente nuestra independencia se consumó el 27 de septiembre, el 16 fue el inicio, el arranque de la decisión de un grupo de mexicanos que se lanzaron a la empresa, pero siguieron mandando las autoridades españolas. No éramos aún independientes.
El día 27 de septiembre fue la consumación, la efectividad de la independencia: el virrey O'Donojú reconoció el hecho y firmó el acta de independencia cesando en su ejercicio a las autoridades españolas. Celebremos ambas fechas: del inicio y de la gloriosa terminación ¡Ambas son en septiembre!
Cuando felicitamos a una persona por su cumpleaños le deseamos muchos días de éstos y muchas felicidades. Lo mismo hemos de desear a México: muchos años como Estado soberano y en medio de una conveniente prosperidad.
Desear para nuestra Patria “muchas felicidades” debe comprometernos a esfuerzos muy serios y sostenidos para fomentar nuestra personalidad, nuestra identidad nacional y para contribuir a crear la prosperidad que dé a la patria la felicidad que le deseamos, y que consiste en dar bienestar a todos sus hijos. El primer obligado en esta tarea son los responsables del gobierno en la nación, ellos son los depositarios inmediatos de la gestión del bien común nacional; su tarea es irremplazable. Ni con la mayor buena voluntad del mundo podríamos los particulares sustituirlo, se necesita la organización gubernamental. Pero aunado a las obligaciones y derechos de los gobernantes, cada mexicano debe en la medida de sus posibilidades, contribuir al bien común. No se trata de contribuir sólo con aportaciones económicas que se hacen mediante el pago de impuestos -que han de ser leales-, sino de las actividades y servicios propios de nuestra profesión y empleo que deben -por patriotismo- realizarse con diligencia, entusiasmo y perfección. Se trata de superar al “ahí se va”, el “a mí qué”, el “me vale”, tan característicos del temperamento mexicano y que hacen mediocre la vida nacional; se trata de inflamar el sentido de responsabilidad, de cooperación al bien social, de auténtico “patriotismo” que eleve a la patria a mayores alturas hasta colocarla entre las grandes.
Las felicidades que deseamos a México en su cumpleaños, consisten en eso: trabajo esforzado, sostenido, calificado, que genere empleos a todos los mexicanos, justo pago por su trabajo, excelencia en la producción de bienes y servicios para un decoroso nivel de vida interno, una mejor calidad de existencia, libertad y seguridad.
Felicidades a México y a cada uno de los mexicanos.
Un punto de vista con el que se puede estar o no de acuerdo. ¡Abramos el debate!
lunes, 27 de septiembre de 2010
viernes, 24 de septiembre de 2010
¿Silencio o muerte en la prensa mexicana?
“...por favor, no investiguen (al narcotráfico y al crimen organizado). Dejen que lo haga la policía, es su trabajo. Ustedes publiquen hechos, boletines confirmados como información oficial. Vivimos en un país en donde el Estado no responde por sus ciudadanos, vivimos sin garantías. ¿Vale la pena arriesgarse? Por supuesto que no. ¿Esto es autocensura? Si quieres, sí. Pero el término me parece poco elegante y fantasioso. Esto es sobrevivencia.”
Marco Lara Klahr. México: el más mortífero para la prensa. El asesinato de periodistas y cinco puntos de debate, p. 12.
Antes de que silenciaran a Manuel Buendía (30 de Mayo de 1984), le recomendó a Jesús Blancornelas, director del Semanario Zeta de Tijuana, no escribir tan directo sobre el tejemaneje del narcotráfico y el crimen organizado ya que “al paso que vamos tendremos que usar chaleco antibalas”. La perspicacia del periodista avecindado en Baja California obligó al narcotráfico atentar contra su vida el 27 de noviembre 1997. Aunque la agresión le arrebató su vida normal, la pluma no le fue despojada. Desde su casa ejerció el periodismo crítico hasta el 23 de noviembre de 2006 cuando murió de cáncer. Blancornelas jamás fue derrotado por sus enemigos, sobrevivió para contarlo y... después del atentado, adondequiera que iba, usaba su chaleco antibalas y lo protegía una escolta fuertemente pertrechada. Otros no han corrido con la misma suerte ya que en los últimos meses las mafias se han ensañado con los medios de comunicación independientes del país, éste es un asunto que preocupa a entidades como Reporteros sin Fronteras (RFS), la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP) y la Red Mexicana de Protección a Periodistas y Medios de Comunicación cuyos reportes concluyen que México actualmente es el país más peligroso en el mundo para ejercer el periodismo.
“Históricamente la libertad de expresión en nuestro país es limitada”, destaca Horacio Chavira (articulista del sitio web Tintero, proyecto periodístico de la facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM) y acota que México se ha caracterizado desde su independencia “por un periodismo que tiende al oficialismo, que recibe apoyo estatal y se dedica a halagar las acciones, buenas o malas del grupo político que detenta el poder. Es verdad que en cada periodo han existido hombres valientes que se atreven a ser la voz disidente; sin embargo, sufren diversos atropellos que van en el menor de los casos, desde la censura, el decomiso del equipo técnico o del material impreso, hasta llegar a las persecuciones y los asesinatos”. Por eso, la mayoría de las empresas periodísticas optan por callar, si no es el poder político es el poder de las mafias quienes silencian o amedrentan a periodistas incómodos y para muestra un botón: El 22 de septiembre el Diario de Ciudad Juárez, en su primera plana, solicita una tregua a los cárteles del narcotráfico debido al asesinato de uno de sus reporteros: “¿Qué quieren de nosotros?” Preguntan los editores y añaden. “Ustedes son, en estos momentos, las autoridades de facto en esta ciudad... Indíquenos, por tanto, qué esperan de nosotros como medio”. El gobierno federal en respuesta al escrito publicado lo censuró para hacer menos evidente su incapacidad para establecer la ley y el orden. Y es que ningún medio de comunicación ya no quiere más muertos, ¡nadie en este país!
El informe Silencio o muerte en la prensa mexicana, publicado este mes por el Comité para la Protección de los Periodistas (CPJ, por sus siglas en inglés), aborda los crímenes de 22 periodistas y tres trabajadores de medios, así como la desaparición de siete, desde que el presidente Felipe Calderón ordenó a los militares involucrarse en la lucha antidrogas, en diciembre de 2006. Esa decisión dio pie a una espiral de violencia que ha provocado 28 mil muertes. “Por culpa del miedo, los medios no sólo están abandonando el periodismo de investigación, sino la cobertura básica del crimen y la corrupción”, así lo dejó en claro el documento y Joel Simon, director ejecutivo del CPJ, agrega que “no es posible ganar la guerra contra las drogas si el país cede el control de la información pública a los narcotraficantes”.
Como ejemplo del silencio que se está imponiendo en las regiones de nuestro país más afectadas por la violencia, el CPJ menciona a la ciudad de Reynosa, Tamaulipas, escenario de una cruenta disputa del cartel del Golfo y el grupo de Los Zetas. En las últimas semanas, esa violencia se expresó con la matanza de 72 migrantes, la explosión de dos coches bomba, así como tiroteos en carreteras y en calles. “Pero eso no se lee en la prensa local: el cartel también controla los medios de comunicación”, denuncia el documento.
Frente a este panorama no podemos quedarnos cruzados de brazos y atestiguar cómo el terror gana terreno y nos obliga a permanecer en silencio para sobrevivir. Un testimonio valiente fue la información que generó una estudiante a través de su cuenta Twitter por el tiroteo entre sicarios y militares en Tecnológico de Monterrey donde murieron dos alumnos en marzo pasado, posteriormente la muchacha compartió su experiencia en su blog, convirtiéndose en fuente de información para numerosos medios locales y que a la postre evidenció el abuso o falta de táctica de la milicia.
Los ideales y valores que nos inculcaron en las escuelas de comunicación y periodismo no deben quedar sepultados por los temores y la autocensura. Al respecto Rafael Loret de Mola señala que somos dignos de la libertad de expresión cuando la forjamos. “Es demasiado hermosa como para entregarse a quienes bajan la cabeza ante el poder, tímidos y cohibidos por la fuerza represora. La libertad es solamente para aquellos luchadores que jamás se atemorizan. Es el mayor galardón de los verdaderos periodistas”. ¿Acaso es un romántico ideal imposible de lograr? Al paso que vamos será.
Marco Lara Klahr. México: el más mortífero para la prensa. El asesinato de periodistas y cinco puntos de debate, p. 12.
Antes de que silenciaran a Manuel Buendía (30 de Mayo de 1984), le recomendó a Jesús Blancornelas, director del Semanario Zeta de Tijuana, no escribir tan directo sobre el tejemaneje del narcotráfico y el crimen organizado ya que “al paso que vamos tendremos que usar chaleco antibalas”. La perspicacia del periodista avecindado en Baja California obligó al narcotráfico atentar contra su vida el 27 de noviembre 1997. Aunque la agresión le arrebató su vida normal, la pluma no le fue despojada. Desde su casa ejerció el periodismo crítico hasta el 23 de noviembre de 2006 cuando murió de cáncer. Blancornelas jamás fue derrotado por sus enemigos, sobrevivió para contarlo y... después del atentado, adondequiera que iba, usaba su chaleco antibalas y lo protegía una escolta fuertemente pertrechada. Otros no han corrido con la misma suerte ya que en los últimos meses las mafias se han ensañado con los medios de comunicación independientes del país, éste es un asunto que preocupa a entidades como Reporteros sin Fronteras (RFS), la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP) y la Red Mexicana de Protección a Periodistas y Medios de Comunicación cuyos reportes concluyen que México actualmente es el país más peligroso en el mundo para ejercer el periodismo.
“Históricamente la libertad de expresión en nuestro país es limitada”, destaca Horacio Chavira (articulista del sitio web Tintero, proyecto periodístico de la facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM) y acota que México se ha caracterizado desde su independencia “por un periodismo que tiende al oficialismo, que recibe apoyo estatal y se dedica a halagar las acciones, buenas o malas del grupo político que detenta el poder. Es verdad que en cada periodo han existido hombres valientes que se atreven a ser la voz disidente; sin embargo, sufren diversos atropellos que van en el menor de los casos, desde la censura, el decomiso del equipo técnico o del material impreso, hasta llegar a las persecuciones y los asesinatos”. Por eso, la mayoría de las empresas periodísticas optan por callar, si no es el poder político es el poder de las mafias quienes silencian o amedrentan a periodistas incómodos y para muestra un botón: El 22 de septiembre el Diario de Ciudad Juárez, en su primera plana, solicita una tregua a los cárteles del narcotráfico debido al asesinato de uno de sus reporteros: “¿Qué quieren de nosotros?” Preguntan los editores y añaden. “Ustedes son, en estos momentos, las autoridades de facto en esta ciudad... Indíquenos, por tanto, qué esperan de nosotros como medio”. El gobierno federal en respuesta al escrito publicado lo censuró para hacer menos evidente su incapacidad para establecer la ley y el orden. Y es que ningún medio de comunicación ya no quiere más muertos, ¡nadie en este país!
El informe Silencio o muerte en la prensa mexicana, publicado este mes por el Comité para la Protección de los Periodistas (CPJ, por sus siglas en inglés), aborda los crímenes de 22 periodistas y tres trabajadores de medios, así como la desaparición de siete, desde que el presidente Felipe Calderón ordenó a los militares involucrarse en la lucha antidrogas, en diciembre de 2006. Esa decisión dio pie a una espiral de violencia que ha provocado 28 mil muertes. “Por culpa del miedo, los medios no sólo están abandonando el periodismo de investigación, sino la cobertura básica del crimen y la corrupción”, así lo dejó en claro el documento y Joel Simon, director ejecutivo del CPJ, agrega que “no es posible ganar la guerra contra las drogas si el país cede el control de la información pública a los narcotraficantes”.
Como ejemplo del silencio que se está imponiendo en las regiones de nuestro país más afectadas por la violencia, el CPJ menciona a la ciudad de Reynosa, Tamaulipas, escenario de una cruenta disputa del cartel del Golfo y el grupo de Los Zetas. En las últimas semanas, esa violencia se expresó con la matanza de 72 migrantes, la explosión de dos coches bomba, así como tiroteos en carreteras y en calles. “Pero eso no se lee en la prensa local: el cartel también controla los medios de comunicación”, denuncia el documento.
Frente a este panorama no podemos quedarnos cruzados de brazos y atestiguar cómo el terror gana terreno y nos obliga a permanecer en silencio para sobrevivir. Un testimonio valiente fue la información que generó una estudiante a través de su cuenta Twitter por el tiroteo entre sicarios y militares en Tecnológico de Monterrey donde murieron dos alumnos en marzo pasado, posteriormente la muchacha compartió su experiencia en su blog, convirtiéndose en fuente de información para numerosos medios locales y que a la postre evidenció el abuso o falta de táctica de la milicia.
Los ideales y valores que nos inculcaron en las escuelas de comunicación y periodismo no deben quedar sepultados por los temores y la autocensura. Al respecto Rafael Loret de Mola señala que somos dignos de la libertad de expresión cuando la forjamos. “Es demasiado hermosa como para entregarse a quienes bajan la cabeza ante el poder, tímidos y cohibidos por la fuerza represora. La libertad es solamente para aquellos luchadores que jamás se atemorizan. Es el mayor galardón de los verdaderos periodistas”. ¿Acaso es un romántico ideal imposible de lograr? Al paso que vamos será.
Huey Atlixcáyotl, la gran fiesta de Atlixco
...no es un concurso o festival folclórico, ni siquiera un baile como muchos creen, es danza, indígena, de conciencia prehispánica, digno de admirarse y conservarse...
El último domingo del mes de septiembre el Netotiloaya (lugar de danza), que se ubica a un costado del cerro de San Miguel, alberga un colorido abanico humano para apreciar y disfrutar el canto y la música, la danza ritual y pintoresca, dulce y conmovedora de las once regiones étnicas del estado de Puebla (del centro, de los Volcanes, de la Tierra Caliente, Popoloca, Mixteca Poblana, Cañada Poblana, Región de la Montaña, Sierra de Tehuacán, de los Llanos, Costera, Sierra Norte de la Huasteca). Este arcoíris en movimiento es mejor conocido como Huey Atlixcáyotl, alguna vez llamado “la gran fiesta del estado de Puebla”, es una celebración en honor a Xochipilli, deidad de la música y las flores, y del dios Quetzalcóatl, que se identifica con el culto al santo patrón de Atlixco, el arcángel san Miguel.
La gran fiesta de Atlixco nació en 1965 gracias a Raymond Estage Noel, mejor conocido en la región como “Cayuqui”, principal investigador de estas tradiciones y creador del primer festival que tuvo como escenario el sitio que se conoce como “la escalera ancha”. El segundo y decisivo Atlixcáyotl tomó su lugar en el cerro de San Miguel el 2 de abril de 1966 en el lugar que a la fecha se conoce. El 29 de julio de 1996 fue declarado Patrimonio Cultural del Estado de Puebla.
Un día antes del también llamado “Encuentro de las etnias”, en el zócalo de Atlixco desfilan los participantes de las distintas comunidades e interpretan su danza. También allí se realiza la elección de la Xochicíhuatl (mujer flor, reina de la fiesta). Gana quien mejor porta su indumentaria tradicional y explica, tanto en su lengua (náhuatl, otomí o popoloca) como en español, sus actividades cotidianas y tradiciones. Ya entrada la noche los explosivos toritos cierran el primer día de actividades.
Al día siguiente y a temprana hora, turistas nacionales y extranjeros, familias que viven en Puebla, Atlixco y municipios aledaños, toman su lugar en las renovadas gradas. El pueblo vecino de San Jerónimo Coyula hace “La llamada”, que con los ritmos prehispánicos de la chirimía y el huehuétl, convoca a la gran fiesta, según la costumbre antigua. La apertura continúa con la entrega del topilli o bastón de mando de la fiesta a la autoridad gubernamental presente y posteriormente se corona con flores a la Xochicíhuatl, quien preside el encuentro acompañada de las Xochipilme (Florecitas), muchachas que obtuvieron el segundo y el tercer lugar en la elección. Son ellas, junto con la presidente de la Asociación Cultural Atlixcáyotl, quienes cortan el listón inaugural del arco enflorado por donde brota la cascada de danzas.
Cada delegación, al finalizar su danza o presentación, se acerca al público para lanzarle la fruta, flores y productos de su región, como en la Guelaguetza, el acto supremo de compartir.
Cabe señalar que el Huey Atlixcáyotl no es un concurso o festival folclórico, ni siquiera un baile como muchos creen, es danza, indígena, de conciencia prehispánica, digno de admirarse y conservarse.
El último domingo del mes de septiembre el Netotiloaya (lugar de danza), que se ubica a un costado del cerro de San Miguel, alberga un colorido abanico humano para apreciar y disfrutar el canto y la música, la danza ritual y pintoresca, dulce y conmovedora de las once regiones étnicas del estado de Puebla (del centro, de los Volcanes, de la Tierra Caliente, Popoloca, Mixteca Poblana, Cañada Poblana, Región de la Montaña, Sierra de Tehuacán, de los Llanos, Costera, Sierra Norte de la Huasteca). Este arcoíris en movimiento es mejor conocido como Huey Atlixcáyotl, alguna vez llamado “la gran fiesta del estado de Puebla”, es una celebración en honor a Xochipilli, deidad de la música y las flores, y del dios Quetzalcóatl, que se identifica con el culto al santo patrón de Atlixco, el arcángel san Miguel.
La gran fiesta de Atlixco nació en 1965 gracias a Raymond Estage Noel, mejor conocido en la región como “Cayuqui”, principal investigador de estas tradiciones y creador del primer festival que tuvo como escenario el sitio que se conoce como “la escalera ancha”. El segundo y decisivo Atlixcáyotl tomó su lugar en el cerro de San Miguel el 2 de abril de 1966 en el lugar que a la fecha se conoce. El 29 de julio de 1996 fue declarado Patrimonio Cultural del Estado de Puebla.
Un día antes del también llamado “Encuentro de las etnias”, en el zócalo de Atlixco desfilan los participantes de las distintas comunidades e interpretan su danza. También allí se realiza la elección de la Xochicíhuatl (mujer flor, reina de la fiesta). Gana quien mejor porta su indumentaria tradicional y explica, tanto en su lengua (náhuatl, otomí o popoloca) como en español, sus actividades cotidianas y tradiciones. Ya entrada la noche los explosivos toritos cierran el primer día de actividades.
Al día siguiente y a temprana hora, turistas nacionales y extranjeros, familias que viven en Puebla, Atlixco y municipios aledaños, toman su lugar en las renovadas gradas. El pueblo vecino de San Jerónimo Coyula hace “La llamada”, que con los ritmos prehispánicos de la chirimía y el huehuétl, convoca a la gran fiesta, según la costumbre antigua. La apertura continúa con la entrega del topilli o bastón de mando de la fiesta a la autoridad gubernamental presente y posteriormente se corona con flores a la Xochicíhuatl, quien preside el encuentro acompañada de las Xochipilme (Florecitas), muchachas que obtuvieron el segundo y el tercer lugar en la elección. Son ellas, junto con la presidente de la Asociación Cultural Atlixcáyotl, quienes cortan el listón inaugural del arco enflorado por donde brota la cascada de danzas.
Cada delegación, al finalizar su danza o presentación, se acerca al público para lanzarle la fruta, flores y productos de su región, como en la Guelaguetza, el acto supremo de compartir.
Cabe señalar que el Huey Atlixcáyotl no es un concurso o festival folclórico, ni siquiera un baile como muchos creen, es danza, indígena, de conciencia prehispánica, digno de admirarse y conservarse.
viernes, 17 de septiembre de 2010
A 25 años del terremoto de 1985
Bastaron unos cuantos minutos para que nuestra nación mexicana viviera una de las catástrofes nacionales que no sólo devastaron la ciudad de México; nació del terror, la admiración y el asombro, la madurez solidaria de una sociedad que desde entonces le dio una nueva fisonomía al espíritu y a la conciencia nacionales.
Eran exactamente las 7:19 de la mañana de aquel 19 de septiembre de 1985, un sismo de 8.1 grados en la escala de Richter, con epicentro en Michoacán. Duró más de 90 segundos y causó grandes destrucciones: Las cifras del gobierno indican que murieron 6 mil personas (cifra nada creíble), las más confiables refieren que fueron 40 mil víctimas y 20 mil damnificados, más de 2 mil construcciones se desplomaron y otras miles quedaron severamente afectadas. Se calcula que las pérdidas materiales ascienden a más de 4 mil millones de dólares.
México está catalogado, en el ámbito global, como el sexto país con mayor actividad sísmica y potencial de gran intensidad, y la pregunta que debemos hacernos es si hemos aprendido la lección. El tiempo ha dejado una enorme cicatriz ya que en el momento que la tierra registra un movimiento, por mínimo que sea, de inmediato se incrusta una imagen en el pensamiento como una fotografía de proporciones desastrosas. La respuesta a la pregunta es clara y va más allá de las páginas de una cultura de la prevención. Ahora somos un país en el que se ha avanzado notablemente en previsión y cuidado frente a los sismos, aunque aún falta mucho por hacer.
Después de 25 años la cultura de la prevención es una actitud frente a los fenómenos que perturban la vida social económica y ambiental, tanto de origen natural como los ocasionados por el hombre, pero también es disposición a la solidaridad y a la ayuda, es pasión que hermana, es condescendencia y gallardía para enfrentar juntos las desgracias.
El sismo de 1985 marcó el despertar de muchas acciones porque nos hizo entender lo frágiles y vulnerables que somos ante los fenómenos naturales, y descubrió la grandeza y heroicidad de miles que se sumaron al rescate de vidas anónimas aun por encima de la pena que les causaba el panorama de muerte y destrucción: Amas de casa, estudiantes, profesionistas, hombres y mujeres se convirtieron en un testimonio vivo de solidaridad, de valor y de fe. México, la sociedad civil, se organizó para echar a andar la reconstrucción mostrando que los ciudadanos podemos actuar de manera organizada cuando se tienen propósitos claros y comunes.
El gobierno tuvo que reconocer sus limitaciones, sumar sus esfuerzos a los del pueblo y aceptar la ayuda que en un principió rechazó. A partir de entonces nos percatamos, y después de 25 años, que México se puede transformar gracias al empuje de las organizaciones civiles que notablemente han dado origen a diversos desprendimientos políticos y sociales.
Existen costumbres que hemos heredado y que encierran profundos valores humanos y cristianos, por ejemplo la hospitalidad, el espíritu de solidaridad, etc. Mantener este espíritu es de suma importancia puesto que contribuyen a mantener en armonía a la sociedad.
El sismo de 1985 nos deja en herencia la necesidad e importancia de sostener esos valores humanos que ya forman parte de nuestra cultura. Cuando la sociedad civil se organiza, no hay sismo ni huracán que nos derrumbe.
Eran exactamente las 7:19 de la mañana de aquel 19 de septiembre de 1985, un sismo de 8.1 grados en la escala de Richter, con epicentro en Michoacán. Duró más de 90 segundos y causó grandes destrucciones: Las cifras del gobierno indican que murieron 6 mil personas (cifra nada creíble), las más confiables refieren que fueron 40 mil víctimas y 20 mil damnificados, más de 2 mil construcciones se desplomaron y otras miles quedaron severamente afectadas. Se calcula que las pérdidas materiales ascienden a más de 4 mil millones de dólares.
México está catalogado, en el ámbito global, como el sexto país con mayor actividad sísmica y potencial de gran intensidad, y la pregunta que debemos hacernos es si hemos aprendido la lección. El tiempo ha dejado una enorme cicatriz ya que en el momento que la tierra registra un movimiento, por mínimo que sea, de inmediato se incrusta una imagen en el pensamiento como una fotografía de proporciones desastrosas. La respuesta a la pregunta es clara y va más allá de las páginas de una cultura de la prevención. Ahora somos un país en el que se ha avanzado notablemente en previsión y cuidado frente a los sismos, aunque aún falta mucho por hacer.
Después de 25 años la cultura de la prevención es una actitud frente a los fenómenos que perturban la vida social económica y ambiental, tanto de origen natural como los ocasionados por el hombre, pero también es disposición a la solidaridad y a la ayuda, es pasión que hermana, es condescendencia y gallardía para enfrentar juntos las desgracias.
El sismo de 1985 marcó el despertar de muchas acciones porque nos hizo entender lo frágiles y vulnerables que somos ante los fenómenos naturales, y descubrió la grandeza y heroicidad de miles que se sumaron al rescate de vidas anónimas aun por encima de la pena que les causaba el panorama de muerte y destrucción: Amas de casa, estudiantes, profesionistas, hombres y mujeres se convirtieron en un testimonio vivo de solidaridad, de valor y de fe. México, la sociedad civil, se organizó para echar a andar la reconstrucción mostrando que los ciudadanos podemos actuar de manera organizada cuando se tienen propósitos claros y comunes.
El gobierno tuvo que reconocer sus limitaciones, sumar sus esfuerzos a los del pueblo y aceptar la ayuda que en un principió rechazó. A partir de entonces nos percatamos, y después de 25 años, que México se puede transformar gracias al empuje de las organizaciones civiles que notablemente han dado origen a diversos desprendimientos políticos y sociales.
Existen costumbres que hemos heredado y que encierran profundos valores humanos y cristianos, por ejemplo la hospitalidad, el espíritu de solidaridad, etc. Mantener este espíritu es de suma importancia puesto que contribuyen a mantener en armonía a la sociedad.
El sismo de 1985 nos deja en herencia la necesidad e importancia de sostener esos valores humanos que ya forman parte de nuestra cultura. Cuando la sociedad civil se organiza, no hay sismo ni huracán que nos derrumbe.
lunes, 13 de septiembre de 2010
¿Celebrar nuestra independencia?
Estos son los días en los que si el tiempo pudiera pintarse de colores, luciría tricolor como la bandera que hemos hecho nuestra por adopción. En nuestra niñez experimentamos el contagio de la libertad como un estado de ánimo programado en el calendario oficial de la escuela y entonces caminábamos lo más erguidos que podíamos. Comprábamos banderitas que sujetábamos sintiéndonos invadidos de libertad. Después crecimos y ya no sentimos los vientos de libertad del 15 de septiembre. ¿Es que los años nos han hecho menos patrióticos o nuestra mente se ha vuelto escéptica ante el significado de dichas efemérides? Es posible, pero también es factible que podamos ahora penetrar el sentido de todo con más profundidad que antes y cuestionemos todo.
Hoy no estamos tan seguros, como en la infancia, de estar celebrando el suceso de la independencia de nuestro país como si fuera un hecho pretérito de una magia trascendente y permanente. La independencia mexicana comienzan pero no termina y estamos muy lejos de haber adquirido la libertad para siempre con sólo lograr la autonomía política.
Cuando un país no ha alcanzado el ideal de sus próceres, cuando el pueblo no se mira en sus instituciones como en un espejo limpio, me pregunto si el sentido de hacer caminar a los niños uniformados para rendir homenaje a los héroes es parte del mismo circo que el emperador Augusto regalaba a Roma junto con su pan.
El patriotismo debe ser otra cosa que una memoria veleidosa que prefiere ver en las estatuas del pasado la cifra de su grandeza. Esfuerzo peregrino porque no se crece hacia atrás y las sombras del pasado no acaban por convertirse en las realidades concretas del presente. El patriotismo es actualidad. Esa actualidad del ser que los profesores nos enseñaron. Es dinamismo, es confrontación pacífica, además, inteligente. Es sentirse orgulloso de una patria por lo que tiene de uno mismo, de la sangre propia, de la palabra personal, del sudor y la lágrima vertidos en un quehacer cotidiano y rutinario.
No cantemos “mexicanos al grito de guerra” si valoramos la posibilidad de huir a otro país si la realidad de éste es cada vez más incómoda. No saludemos una bandera nacional si afianzamos nuestra seguridad en monedas extranjeras. No repitamos fórmulas donde las palabras “libertad para todos, igualdad ante la ley, justicia sin excepciones” se niegan en cada noticiero ante nuestra atención indiferente.
Fundamos una patria hace mucho tiempo, o quizá lo hicieron otros cuyas efigies adornan monedas y cuyos nombres son hoy calles y parques. Existe un México: ésa es la patria que los niños aprenden a reconocer en la escuela. Pero la otra, la patria verdadera, todavía no hemos acabado de fundarla, todavía no hemos librado la última batalla para ganarla y hacerla nuestra. Todavía no la merecemos y tal vez por eso preferimos cantar el recuerdo de su gestación. En nosotros está la posibilidad de reivindicar ese recuerdo.
Hoy no estamos tan seguros, como en la infancia, de estar celebrando el suceso de la independencia de nuestro país como si fuera un hecho pretérito de una magia trascendente y permanente. La independencia mexicana comienzan pero no termina y estamos muy lejos de haber adquirido la libertad para siempre con sólo lograr la autonomía política.
Cuando un país no ha alcanzado el ideal de sus próceres, cuando el pueblo no se mira en sus instituciones como en un espejo limpio, me pregunto si el sentido de hacer caminar a los niños uniformados para rendir homenaje a los héroes es parte del mismo circo que el emperador Augusto regalaba a Roma junto con su pan.
El patriotismo debe ser otra cosa que una memoria veleidosa que prefiere ver en las estatuas del pasado la cifra de su grandeza. Esfuerzo peregrino porque no se crece hacia atrás y las sombras del pasado no acaban por convertirse en las realidades concretas del presente. El patriotismo es actualidad. Esa actualidad del ser que los profesores nos enseñaron. Es dinamismo, es confrontación pacífica, además, inteligente. Es sentirse orgulloso de una patria por lo que tiene de uno mismo, de la sangre propia, de la palabra personal, del sudor y la lágrima vertidos en un quehacer cotidiano y rutinario.
No cantemos “mexicanos al grito de guerra” si valoramos la posibilidad de huir a otro país si la realidad de éste es cada vez más incómoda. No saludemos una bandera nacional si afianzamos nuestra seguridad en monedas extranjeras. No repitamos fórmulas donde las palabras “libertad para todos, igualdad ante la ley, justicia sin excepciones” se niegan en cada noticiero ante nuestra atención indiferente.
Fundamos una patria hace mucho tiempo, o quizá lo hicieron otros cuyas efigies adornan monedas y cuyos nombres son hoy calles y parques. Existe un México: ésa es la patria que los niños aprenden a reconocer en la escuela. Pero la otra, la patria verdadera, todavía no hemos acabado de fundarla, todavía no hemos librado la última batalla para ganarla y hacerla nuestra. Todavía no la merecemos y tal vez por eso preferimos cantar el recuerdo de su gestación. En nosotros está la posibilidad de reivindicar ese recuerdo.
viernes, 10 de septiembre de 2010
En pos de un genuino patriotismo
Diversos periodos históricos se han vivido en la construcción de nuestra nación. Muchos de estos momentos han sido resultado de la búsqueda de la libertad, la justicia, la unidad, la paz y el progreso; todos estos elementos son aspiraciones legítimas posibles de lograrse, es por eso que la Patria, sociedad compuesta por millones de personas, depende de sus miembros para garantizar los derechos y deberes de cada uno. Por la historia de nuestra Patria sabemos cuán difícil es esta tarea; no por ello debemos dispensarnos del gran esfuerzo de construir la justa unidad, entre los hijos del mismo suelo. Ese esfuerzo debe ir acompañado del amor hacia la Nación, amor hacia su cultura y su historia, amor hacia sus valores específicos que deciden sobre su posición en la gran familia de las naciones; amor, en fin, hacia los compatriotas, hombres que hablan la misma lengua y corresponsables en la causa común que se llama Patria. En ese amor vivieron los insurgentes que derramaron su sangre y dieron la vida por la causa de la Patria, su gesto permanecerá para siempre en la memoria nacional como altísima expresión de patriotismo. ¡Cuánto amor a la Patria habrá reinado en el corazón de los niños, jóvenes, adultos, hombres y mujeres que han contribuido para engrandecer a México!
El recuerdo de aquellos heroicos compatriotas debe permanecer siempre vivo, estimulando el servicio desinteresado a los demás y haciéndonos capaces de poner el bien común por encima de los más altos valores. Ahora nos encontramos ante una nueva etapa de nuestro camino en la historia. Urge la necesidad de lograr una auténtica reconciliación entre todos los mexicanos, una mayor solidaridad, una decidida participación de todos en los proyectos comunes. ¡Es verdaderamente una tarea grande y noble la que tenemos ante nosotros!
Pidamos a Dios que, con su gracia, haga cada vez más noble el corazón de todos los mexicanos, para que el recuerdo de las gestas heroicas de nuestros antepasados no sea sólo una evocación de la historia remota, sino también un ejemplo estimulante de amor a la Patria que, incluso en tiempos de paz, se exprese poniendo el bien común por encima de los intereses personales.
Amemos a nuestra Patria cumpliendo nuestros deberes profesionales, familiares y de ciudadanos con competencia. Apresuremos la esperanza de nuestra nación que quiere abrirse a un futuro luminoso y que cuenta con la promesa de sus jóvenes, con el trabajo de sus hombres y mujeres, con las virtudes de sus familias, alegría en sus hogares, el ferviente deseo de paz, solidaridad y concordia entre todos los componentes de la gran familia mexicana.
El recuerdo de aquellos heroicos compatriotas debe permanecer siempre vivo, estimulando el servicio desinteresado a los demás y haciéndonos capaces de poner el bien común por encima de los más altos valores. Ahora nos encontramos ante una nueva etapa de nuestro camino en la historia. Urge la necesidad de lograr una auténtica reconciliación entre todos los mexicanos, una mayor solidaridad, una decidida participación de todos en los proyectos comunes. ¡Es verdaderamente una tarea grande y noble la que tenemos ante nosotros!
Pidamos a Dios que, con su gracia, haga cada vez más noble el corazón de todos los mexicanos, para que el recuerdo de las gestas heroicas de nuestros antepasados no sea sólo una evocación de la historia remota, sino también un ejemplo estimulante de amor a la Patria que, incluso en tiempos de paz, se exprese poniendo el bien común por encima de los intereses personales.
Amemos a nuestra Patria cumpliendo nuestros deberes profesionales, familiares y de ciudadanos con competencia. Apresuremos la esperanza de nuestra nación que quiere abrirse a un futuro luminoso y que cuenta con la promesa de sus jóvenes, con el trabajo de sus hombres y mujeres, con las virtudes de sus familias, alegría en sus hogares, el ferviente deseo de paz, solidaridad y concordia entre todos los componentes de la gran familia mexicana.
viernes, 3 de septiembre de 2010
En el país de los héroes soñadores
Había una vez un país donde los ciudadanos trabajaban con dedicación y esmero; se preocupaban del medio ambiente y colaboraban para tener cielos y tierras limpias, un ecosistema habitable y grato; tenían la conciencia de que pagar impuestos significaba progreso y desarrollo para ellos y para sus hijos. Con prontitud acudían a las urnas cuando eran convocados a elegir los cargos públicos ¡Sabían en quien ponían su confianza! Tenían en alto el respeto a sus instituciones públicas: escuelas, comunidades, servicios, costumbres. Respetaban las normas de vialidad al ir conduciendo. Juntos habían establecido actividades de servicio comunitario; porque conocían el significado de la solidaridad atendían a los enfermos, ancianos, niños discapacitados y colaboraban en el desarrollo social debido a que el salario de sus trabajos les permitía vivir honrada y desahogadamente, tanto que les permitía dar a los que, de alguna manera y por causas ajenas a la propia voluntad, necesitaban auxilio.
En los días de descanso, las familias visitaban museos y sitios arqueológicos, cuidaban sus convicciones y profesión religiosas, asistían y participaban en la promoción de actividades culturales que les permitían conocer sus valores, costumbres y tradiciones nacionales. Conocían la verdad de su historia, el verdadero sentido de las tradiciones y los hechos que habían conformado su situación actual. Los educadores actualizaban continuamente sus conocimientos, al mismo tiempo que las técnicas de enseñanza, para garantizar un mejor aprendizaje y aprovechamiento de los alumnos, además veían en cada educando a una persona en desarrollo y formación. Cuando descubrían la raíz de los males, comprendían y tomaban decisiones para corregirlos y prevenir en la medida posible su repetición. Vivían en paz, con ilusión, mostrando a otras naciones el orgullo de haber construido una verdadera patria que heredarían a las generaciones venideras. Se respetaban entre ellos porque en el corazón de cada uno latía el amor a la patria.
Qué agradable era vivir en aquel país, donde no había proclamas ni demagogia porque cada uno sabía lo que tenía que hacer. Era un país con futuro, respondiendo a la vocación de ser una gran nación, un país que sólo se dibujaba en los libros de cuentos, o en el anecdotario de sus héroes soñadores. Una nación se construye con la voluntad de todos sus habitantes, no de unos cuantos…
¿Cuándo tendremos la voluntad de querer ser el gran país que muchos han soñado?
En los días de descanso, las familias visitaban museos y sitios arqueológicos, cuidaban sus convicciones y profesión religiosas, asistían y participaban en la promoción de actividades culturales que les permitían conocer sus valores, costumbres y tradiciones nacionales. Conocían la verdad de su historia, el verdadero sentido de las tradiciones y los hechos que habían conformado su situación actual. Los educadores actualizaban continuamente sus conocimientos, al mismo tiempo que las técnicas de enseñanza, para garantizar un mejor aprendizaje y aprovechamiento de los alumnos, además veían en cada educando a una persona en desarrollo y formación. Cuando descubrían la raíz de los males, comprendían y tomaban decisiones para corregirlos y prevenir en la medida posible su repetición. Vivían en paz, con ilusión, mostrando a otras naciones el orgullo de haber construido una verdadera patria que heredarían a las generaciones venideras. Se respetaban entre ellos porque en el corazón de cada uno latía el amor a la patria.
Qué agradable era vivir en aquel país, donde no había proclamas ni demagogia porque cada uno sabía lo que tenía que hacer. Era un país con futuro, respondiendo a la vocación de ser una gran nación, un país que sólo se dibujaba en los libros de cuentos, o en el anecdotario de sus héroes soñadores. Una nación se construye con la voluntad de todos sus habitantes, no de unos cuantos…
¿Cuándo tendremos la voluntad de querer ser el gran país que muchos han soñado?
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